El histórico defensor de Racing Club, campeón de la Supercopa Sudamericana 1988, eligió radicarse en Domselaar Chico, donde disfruta de la tranquilidad, el verde y la vida familiar lejos del ruido del fútbol profesional.
Carlos Olarán fue una pieza clave en el equipo de Racing Club que conquistó la Supercopa Sudamericana 1988, uno de los títulos más recordados por los hinchas de la “Academia”. Aquella hazaña, lograda frente a Cruzeiro en una final inolvidable, marcó el regreso del club a la gloria internacional después de más de dos décadas.
En aquel torneo, Racing venció 2-1 en Avellaneda y empató 1-1 en el Mineirão, coronándose campeón en Brasil. “Fue tocar el cielo con las manos. Éramos un grupo unido, con dificultades, pero con el corazón puesto en el club”, recuerda Olarán, quien integró una defensa que se ganó el respeto de toda Sudamérica.
Su historia no se detuvo ahí. Luego de su paso por Argentinos Juniors y Chacarita, continuó su carrera en Israel, donde jugó durante siete años antes de retirarse en 2001. Sin embargo, lejos de la fama y el ruido de las canchas, Olarán eligió una vida diferente: se instaló en Domselaar Chico, un barrio privado del sur bonaerense que combina naturaleza, comunidad y tranquilidad.
“Elegí Domselaar por la tranquilidad, el verde y la gente. Es un lugar donde todavía se puede disfrutar del silencio y la naturaleza”, contó el exfutbolista.
En Domselaar Chico, Olarán encontró el equilibrio que muchos buscan tras años de ritmo intenso. Entre charlas con vecinos, asados al aire libre y caminatas por las calles del barrio, mantiene los valores que marcaron su carrera: esfuerzo, humildad y compañerismo.
El barrio, con más de 20 años de crecimiento sostenido, se ha consolidado como uno de los polos residenciales más atractivos del sur bonaerense. Su entorno verde, las expensas más bajas del mercado y su comunidad activa lo convierten en una alternativa ideal para familias y profesionales que buscan una vida tranquila sin alejarse de la ciudad.
La presencia de figuras como Carlos Olarán, símbolo de trabajo y perseverancia, refuerza la identidad de Domselaar Chico como un espacio que conjuga historia, progreso y calidad de vida.
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